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miércoles, diciembre 18, 2024

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La casa grande

La casa grande, propiedad de los abuelos, fue construida sobre cimientos profundos; grandes rocas y talpetate fueron la base donde se erigieron aquellas paredes de adobe de gran grosor y resistencia, mismas que fueron blanqueadas con cal. En el centro de la casa había un patio empedrado, los corredores estaban adornados con grandes ollas de barro, en las vigas se acostumbraba colgar macetas con frondosas colas de quetzal y una que otra jaula con torcazas y palomas. Se contaba con abundante agua municipal y de un pozo, con la que se abastecía aquella pila hecha de ladrillo y cemento. Este era un lugar de tertulia para las señoras, quienes entablaban interminables pláticas, sus risas llenaban de vida el ambiente de la casa grande. El piso de las habitaciones, corredores y parte del patio, era de barro cocido y se barría el suelo con escobas que se elaboraban a mano, de una planta llamada escobillo; se rociaba con abundante agua, quedando ese peculiar olor a tierra mojada. En uno de los corredores, donde estuvieron los telares del abuelo Reynaldo, había un horno artesanal que era utilizado cada año, en Semana Santa. La abuela Francisca de Jesús Vásquez Alvarado, reunía a sus hijas para preparar las cazuelejas o moldes, horno, mesas y bateas para la elaboración de las tortas y pastelitos con anís. También preparaban la rica miel que llevaba chilacayote, papaya, camote, piña, plátanos, duraznos, higos, melocotones, mango, garbanzo, canela, azúcar. ¡Y por supuesto!, no podía faltar el licor de frutas que la abuela cuidaba estrictamente durante todo el año, y que por cierto, mantenía guardado bajo llave en un cofre de madera. El techo de la casa era de teja de barro, sus grandes vigas de madera estaban sujetas con clavos de forja antigua y amarres de cuero. Por la parte de afuera de la casa, los abuelos habían sembrado una gran variedad de árboles frutales, duraznales, naranjales, nísperos, limonares, granadas y otros más, pero lo que abundaba eran los aguacatales. Cuando la abuela Francisca torteaba, aprovechábamos en reunión familiar degustar unas ricas tortillas recién salidas del comal con aguacate y sal; sentados alrededor de una rústica y vieja mesa de madera junto al fogón de aquella cocina, pasábamos horas escuchando y contando chistes y alguna novedad. En esa época uno de los medios de iluminación que más se utilizaba era el candil (una botella de vidrio, gas y un mechero). Por las noches se acostumbraba escuchar la radio (para ese entonces aún no se contaba con televisión), y gustaba mucho el programa de don Mauro Guzmán y sus leyendas. También nos reuníamos en algún dormitorio para escuchar historias de miedo o que nos leyeran un libro. En ese tiempo fue muy popular la revista Escuela para todos, donde publicaban historias y cuentos de terror, después nadie quería salir por la noche. Por esa misma razón, más de alguno pasó un buen susto con su propia sombra en aquellas noches, cuando se hacía acompañar de un candil por los oscuros corredores de la casa grande.

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